Un periodista en el Concilio


27 de noviembre de 1962


UNA NUBE DE TRISTEZA

Una nube de tristeza y preocupación ha corrido hoy por Roma como un reguero de pólvora. Me he encontrado con Gianni:

-¿Te has enterado ya?
-Sí.
-¿Y tú, qué crees?
-Cualquiera sabe. Pero estoy preocupado.

Los rumores dicen que el Papa tiene un cáncer en la próstata y que será operado el día 10 de diciembre, en cuanto acabe la sesión del Concilio.

-Si le operan, se muere -me ha dicho Gianni-. A esas edades... Y si el Papa se muriese..., adiós Concilio.

Yo, aunque estoy preocupado, no soy tan pesimista. Cualquiera controla los rumores en esta Roma, especializada en "bulos". Y en todo caso Dios tiene demasiados intereses en juego en este Concilio para dejar que se los lleve el viento.

-¿Pero de dónde proviene la noticia?

Eso es lo que quisiéramos saber todos. Lo único cierto por el momento es que el Papa ha suprimido la audiencia pública de hoy, y esto, en definitiva, prueba que no está bien. Pero de ahí a una necesaria operación...

Alguien me ha dicho que los cardenales habían recibido una carta pidiéndoles que no se vayan de Roma hasta el día 11. Pero a mediodía he hablado con dos y no tenían ni idea de tal carta. O han disimulado muy bien.

De todos modos, el clima de hoy es triste en todas partes y son muchos los rostros preocupados. Será necesario esperar acontecimientos.


TANTANES EN SAN PEDRO

La basílica de San Pedro ha recogido hoy el recuerdo más raro de su historia. Una misa etiópica, con tantanes y maracas y casi, casi con baile. En los días pasados oíamos a algunos Padres pedir esta novedad para sus feligreses de Africa, pero nadie podía imaginarse que la propia basílica del Vaticano iba a conocer la experiencia. A los Padres, primero les ha desconcertado, luego les ha interesado, por fin les ha parecido apasionante. "Aquello resultaba completamente religioso", me ha dicho uno.

De todos modos, ha sido una especie de lección práctica de la Universalidad de la Iglesia. ¿Por qué ha de ser mejor el seco ritualismo latino que el florido y casi folklórico de los orientales? ¿Por qué cada pueblo no ha de tener la posibilidad de vivir su religiosidad con sus gestos maternos y acostumbrados? Los occidentales tendremos que quitarnos esta nuestra cabeza europea, para ponemos otra verdaderamente católica.


UNA PROFECIA DE MONSEÑOR RONCALLI

Sucedió en 1934. El delegado apostólico en Bulgaria -recién nombrado para el mismo cargo en Turquia- se despedía de sus amigos y de los fieles en la capilla de los Padres Capuchinos, de Sofía. La palabra del representante del Vaticano era caliente, familiar. En un momento de su discurso, su tono se hizo aún más íntimo:

Si yo supiera -dijo- que no había de ser mal entendido, desearía dirigir también una palabra a todos nuestros hermanos separados. La divergencia de convicciones religiosas referente a uno de los puntos fundamentales de la doctrina de Cristo, contenida en el Evangelio, es, a saber: la unión de todos los fieles de la Iglesia de Cristo con el sucesor del Príncipe de los apóstoles, me aconsejaban cierta reserva en mis relaciones y comportamiento personal hacia estos hermanos separados. Esto era completamente natural. Y creo que ellos lo han comprendido así. El respeto que he procurado demostrar siempre, tanto en público como en privado, delante de todos y de cada uno, mi inviolable e inofensivo silencio, el hecho de no haberme jamás inclinado para devolver la piedra que me venía lanzada de un lado u otro de la calle, me dejan la cándida certeza de haber demostrado a todos que yo también les amo en el Señor con aquella fraterna, sentida y sincera caridad que nos enseña el Evangelio. ¡Pensemos seriamente en la salvación de nuestra alma! Vendrá, finalmente, un día en el que no habrá nada más que un solo rebaño y un solo pastor, porque así lo quiere Cristo. ¡Apresuremos ese día venturoso con nuestras oraciones! El camino de la caridad es el camino de la unidad.

Monseñor Roncalli, diciendo estas palabras hace veintiocho años, no podía imaginar el enorme significado que hoy adquirirían. Porque en ellas está ya encerrado cuanto estamos viviendo.

¿Quién, hace veinte, diez, cinco años, podía soñar lo que ya estamos viendo? ¿Quién se hubiera atrevido a profetizar hace sólo tres años que en el Concilio íbamos a tener esta fraterna presencia de observadores de casi todas las Iglesias separadas?

No cabe duda de que buena parte -casi la totalidad- del mérito se debe a este anciano que Dios ha tenido a bien poner al frente de su Iglesia. Porque ya hace veintiocho años supo intuir los caminos que había que recorrer hacia la unidad:

El camino del respeto;
el camino del inofensivo silencio;
el de no agacharse para devolver polémicamente las piedras recibidas;
el de la fratorna, sentida y sincera caridad;
el de saber que la salvación de nuestras almas depende de nuestro afán de unión;
el de tener la cándida certeza de que la unidad vendrá, puesto que Cristo lo quiere.

Sólo veintiocho años después esos caminos van conduciendo a metas maravillosas. La unidad no se ha conseguido todavía, aún faltan quizá años y años para conseguirlo. Pero los espíritus han cambiado, a uno y otro lado de las fronteras católicas se respira un aire nuevo.

Y este Concilio no es un Concilio de unión. Pero, ¿cómo no ver que todo se está mirando desde el prisma de la unidad?


EL ESQUEMA "PARA QUE TODOS SEAN UNA MISMA COSA"

No hace falta puntualizar ahora el interés con que se ha afrontado en los ambientes conciliares este nuevo esquema, preparado por la Comisión de las Iglesias Orientales. En él, es cierto, aún no se plantea todo el problema de la unión, sino solo desde el ángulo de los contactos con los ortodoxos. Pero es la primera vez que se entra en un tema unionista. De su planteamiento pueden deducirse muchas cosas.

Sobre el contenido del esquema me parecen muy aclaratorias las notas que ayer leyó en Radio Vaticana el conocido orientalista Padre Ortiz de Urbina:

La división -dijo- fue un dolorosísimo desgarramiento de la Iglesia. Concretamente, el esquema "Para que todos sean una misma cosa" habla tan sólo de los orientales y, por tanto, se refiere a su separación en tiempos de Cerulario (en el siglo XI). No es el caso de pintarse como inocentes hablando de aquellos sucesos; es más objetivo y caritativo confesar que por ambas partes hubo muestras de antagonismo que condujeron a la funesta, secular separación.

Mejor que perderse en críticas será ponerse duramente al trabajo, con humildad y caridad, para preparar los caminos que conduzcan a la unidad perfecta. Solo la caridad puede difundir una atmósfera de benevolencia y de amistad fraternal entre nosotros y los hermanos ortodoxos. Que nadie prevea la próxima reunión de iglesias enteras. Es aún demasiado grande la distancia; no están aún suficientemente iluminadas las mentes, ni nos conocemos lo suficiente para poder fundirnos en perfecta unidad. Debe preceder un período más bien largo, en el que la caridad lleve al diálogo y a los contactos, siempre con las debidas cautelas, de modo que de este contacto nazca espontáneamente una franca estima y amistad e incluso una colaboración en ciertos campos de la vida pública. A estas alturas todos estamos convencidos de que el método de mirarse con sospechas y permanecer lejanos no puede conducir más que a la congelación y el agravarse nuestras distancias.

Es necesario ir hacia los ortodoxos con los brazos abiertos. Los latinos fácilmente caen en la tentación de juzgar los problemas y actividades de la Iglesia con módulos latinos. Este esquema, en cambio, afirma la idéntica dignidad de los ritos orientales junto los latinos, reconoce las grandes glorias de la enseñanza de los Padres de la Iglesia Griega, de los que justamente se enorgullece el Oriente, de aquel Oriente en el que Padres orientales casi todos definieron tan importantes dogmas de fe en los Primeros siete Concilios ecuménicos.


LO QUE NOS SEPARA

Ha llegado, pues, la hora de plantearse las problemas de los ortodoxos sobre bases bien distintas de las habituales. En definitiva, en lo teórico son bien pocas las cosas que nos separan. Los ortodoxos no aceptan el primado jurisdiccional, ni la infalibilidad del Papa, aunque aceptan una especie de Primado de honor para el obispo de Roma; no profesan explícitamente que el Espíritu Santo proceda también del Hijo, aunque todos los estudios modernos aclaran cada día más el que esta diferencia con los católicos es más verbal que de fondo; y no aceptan como dogmas la Inmaculada, ni la Asunción, aunque aceptan como tradicional el que la Virgen sea Inmaculada y subiese en cuerpo y alma al cielo.

Y junto a estas diferencias, ¡son tantas las cosas que nos unen! Todo el resto del gran tesoro de la fe, su vida eucarística y litúrgica, su honda piedad mariana, y, sobre todo, la común unión a Cristo por un idéntico bautismo.

Las diferencias habrá que buscarlas entonces en otros órdenes de cosas. Si bien las diferencias especulativas -ha escrito Antonio Montero- entre ortodoxos y católicos son sinceramente escasas, sin embargo la configuración espiritual de ambas mundos religiosos refleja acusados contrastes, La ortodoxia es, ante todo y sobre todo, tradicional, anclada vigorosamente en los primeros Concilios y en las enseñanzas patrísticas. No pasó por la escolástica. Su concepción de la Iglesia es primordialmente mística y su visión del Episcopado es más pontifical y litúrgica que jurisdiccional. El derecho, tan peculiar al mundo latino, dice poco a la mentalidad del Oriente, más fundada en costumbres y privilegios. La espiritualidad que en Oriente se alimenta casi en exclusiva de la liturgia, se distingue por la práctica humilde de las bienaventuranzas. Los aspectos organizativos de la Iglesia y del apostolado tienen menos sentido para ellos.

Su visión de Roma ha estado tradicionalmente oscurecida por la idea de que el Papado y la Iglesia latina habían antepuesto la letra al espíritu, el dominio y el afán de poder, al amor fraterno. Como en el caso de los protestantes, la visión de la Historia les sigue haciendo daño a ellos y nos ha hecho daño a nosotros. Se ha preferido -dice Juan XXIII- el rigor de las disputas demostrativas, de la enseñanza severa, olvidando el amor, que tiene un poder de convicción mucho mayor."

¿No habrá llegado, pues, la hora de revisar las mutuas posturas, de dejar en paz los pasados históricos y entonar de ambas partes humildemente el "mea culpa"? ¿No habrá que aclarar bien cuál es el eje de la fe católica y lo que es sólo latinismo, modos accidentales de entender y de exponer esa fe?

Este es el camino en el que se construye el esquema que hoy han comenzado a estudiar los Padres.


¿COMO ES EL ESQUEMA?

En su primera parte -muy breve- se estudian las bases teológicas de la unidad. En ella se exponen rápidamente los principios necesarios para toda acción ecuménica, dejando el estudio más hondo de este aspecto para el capítulo que sobre este mismo problema ha elaborado la Comisión teológica en el esquema "De Ecclesia". En esta parte se rozan problemas muy difíciles, especialmente por su vocabularo, espinosísimo al hablar del "retorno" de los ortodoxos y cuando se plantea el problema de si debe o no llamárseles "cismáticos", "disidentes" y "herejes". (Como dato curioso, señalaré que una de las enmiendas aprobadas ayer en el esquema de la liturgia sustituía la frase "los hermanos separados" por "los creyentes en Cristo". Y todos hemos notado que Juan XXIII, en sus últimos discursos, habla de "nuestros hermanos" y no usa ya el adjetivo "separados". ¿Quién obliga a abrir heridas por adjetivo más o adjetivo menos?)

La segunda parte del esquema trata de los medios para promover la unidad con los ortodoxos. Y pasa revista a los sobrenaturales, teológicos, litúrgicos, sicológicos y prácticos.

Entre los medios sobrenaturales, después de señalar la importancia de la oración, el esquema subraya los vínculos espirituales que nos unen con los ortodoxos. El primero es el sacramento de la Eucaristía. Los ortodoxos tienen un verdadero Episcopado y un verdadero sacerdocio, que ofrece cada día el verdadero sacrificio del altar. Por ellos, católicos y ortodoxos nos acercamos en verdad a la misma mesa eucarística. El segundo vínculo es la tierna devoción que los ortodoxos profesan a María, cuya divina maternidad fue definida en Efeso. Es bien sabido que muchas de nuestras fiestas marianas nacieron en Oriente y desde allí nos vinieron a Occidente. La Virgen, a quien ortodoxos y católicos rezamos, intercederá sin duda por la reunión de todos sus hijos.

Tras los medios sobrenaturales vienen los teológicos. Por un lado, el esquema rechaza todo método polémico o apologético que pudiera abrir más las heridas, encerrarnos en posturas estrechas. Por otro, marca la necesidad de valorar como se merece la teología oriental, que no siempre reviste las mismas formas que la occidental, aun en aquellos puntos en que la coincidencia de fondo es perfecta. Es bien sabido que el genio latino propende mucho más a las formas jurídicas o racionales, cuando el oriental vuela mucho más libremente.

El tercer camino lo señalan los medios litúrgicos. El Concilio será la gran ocasión para proclamar cuánto estima la Iglesia los ritos orientales y cómo no los ve como algo simplemente tolerado, como un rito de segunda clase comparado con el latino, sino como algo profundamente válido en si y a la misma altura que el rito practicado en Occidente. Porque los ritos pueden ser distintos y diversas las lenguas cuando es único el corazón que se dirige a Dios.

No tienen menor importancia los métodos sicológicos. Habrá que despojar ante todo nuestro vocabulario de cuanto pueda resultar ofensivo a los oídos ortodoxos, siguiendo el ejemplo de Juan XXIII, que nunca habla de su "conversión" -palabra que ellos entienden como si estuvieran en un estado de culpa proveniente de mala voluntad-, ni les llama tampoco "cismáticos" o "desviados". El esquema expone y defiende que los ortodoxos actuales están en general de buena fe.

Convendrá sobre todo -sigue exponiendo el esquema- insistir en todo lo que nos une, teniendo, como tenemos, un tan rico patrimonio común, sin por esto incurrir en un falso "irenismo" dispuesto a pasar por encima de las inderogables cuestiones dogmáticas que nos separan, También en este terreno será necesario que los católicos estemos dispuestos a vivir un espíritu de sincera penitencia, reconociendo la parte de la culpa que los católicos hemos tenido en los problemas que condujeron a la separación, y el desinterés con que muchas veces hemos mirado los latinos a las dignísimas Iglesias de Oriente.

También en el terreno de la práctica son muchos los medios que se pueden emplear. Por parte de los obispos la elección de teólogos que promuevan diálogos con los ortodoxos para estudiar juntos los problemas que nos dividen. Y, por otro lado, facilitando los problemas prácticos que tantas veces impiden muchas conversiones, suavizando las fórmulas de abjuración y quitando todo cuanto pueda parecer que les atribuye mala voluntad en su vida anterior.

Estos son los puntos principales que este esquema toca. Como se puede ver, es todo un nuevo espíritu el que reina en la Iglesia y este esquema es un paso importante en este camino, aunque aún puede que haya mucho que mejorar en él. Pero eso lo dirán estos días los Padres Conciliares.


DIEZ MESES DE INTERVALO

La sesión de hoy, mientras tanto, ha registrado dos hechos importantes. El primero ha sido una votación de conjunto sobre el esquema de Prensa. A los Padres se les han pedido sus votos sobre una moción en la que se aprobaba como conjunto el espíritu del esquema sobre los medios de comunicación, pero encargando a la comisión de simplificarlo, reducirlo a sus puntos esenciales, dejando el resto de las puntualizaciones concretas para un breviario de pastoral difusiva que habría de preparar la comisión postconciliar. Esta moción ha recibido una aprobación masiva: 2.138 votos sobre un total de 2.160 votantes han estado de acuerdo con ella. Un nuevo paso importante y positivo que ya está dado.

La segunda novedad es aún más curiosa: la segunda sesión del Concilio no será en mayo, como se había anunciado, sino en septiembre, y no será breve, como se había dicho (cuarenta y siete días duraría la anunciada para primavera), sino de casi cuatro meses de duración.

La noticia tiene un gran interés y ha sido muy bien recibida entre los Padres Conciliares, sobre todo por los alejados: muchos de ellos pensaban que les sería imposible venir en el mes de mayo y hubiera sido una pena su ausencia, ya que son precisamente los alejados quienes más están marcando la universalidad del Concilio. Además, los diez meses de intervalo permitirán un trabajo más intenso en la intersección y el Concilio estará más "hecho" cuando los Padres vuelvan a reunirse.

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