Un periodista en el Concilio


13 de noviembre de 1962


UN PERIODISTA DA LECCIONES

Un compañero ha venido a verme, consternado, con un recorte de "A B C" de hoy en la mano. Me lo ha enseñado y me ha dicho:

-Léelo; no lo creerás.

Decía así:

Como el diablo de vez en cuando enreda un poco en el Aula Conciliar, no hay que dar excesiva importancia al gesto maleducado de algunos jóvenes obispos aplaudiendo contra el cardenal Ottaviani cuando el cardenal Alfrink recomendó a su compañero de púrpura que se atuviera, en la dimensión de su discurso, a los diez minutos reglamentarios. Evidentemente, lo sucedido ha resultado lamentable, pero no hay duda de que la humildad y serenidad del cardenal secretario del Santo Oficio le hará retornar al Aula Conciliar después de una breve ausencia que también se imponía para que ciertos obispos díscolos mediten y recobren la calma y el equilibrio, además del buen tono, que tanta falta hacen dentro y fuera del Aula Conciliar.

Yo he tenido unos momentos de estupor, pero al fin he dicho a mi amigo que no tome la cosa por la tremenda, que también el diablo enreda de vez en cuando en los periódicos y que basta con esperar a que todos recobren la calma y el equilibrio, además del buen tono, que tanta falta hacen dentro y fuera del Aula Conciliar. Y que, en todo caso, mejor es echarle la culpa a la fecha de hoy: día 13.


LA HORA DEL BALANCE

Mañana el Concilio cambiará de página. Cerradas hoy las discusiones sobre el esquema de liturgia, se entrará en el estudio de las fuentes de la Revelación. Una especie de giro en redondo: del tema pastoral y concretísimo, se pasa al de la especulación teológica; de una discusión en gran parte sobre detalles, se pasa a dificilísimos problemas que tocan puntos de contacto con la médula del protestantismo. No hace falta señalar que la temperatura del Concilio está subiendo muchísimos grados.

Bueno será que, en esta hora, volvamos la vista atrás y hagamos una especie de balance provisional de las cosas que el Concilio nos ha enseñado en el estudio del primer esquema. Que no son pocas.

Lo primero que ha llamado la atención ha sido el número de intervenciones. 321 exactamente; es decir: más del doble que en todo el Concilio Vaticano I. Esto puede dar a las sesiones un tono de repetición y prolongación aparentemente inútil, pero no cabe duda de que este gran abanico de intervenciones, venidas desde todos los rincones del mundo, es lo que da a los problemas su contorno preciso y les quita todo carácter de posible unilateralidad. Y, por otro lado, las cinco últimas sesiones, en las que se han estudiado seis capítulos del esquema, demuestran que hay medios para acelerar la discusión sin recortar la universalidad de los pareceres.

El segundo dato caracterizador ha sido el tono medio de las intervenciones. El esquema de liturgia era -según la opinión de casi todos-, conservador en su esencia, reformador en muchísimos detalles. Pues bien: prácticamente, la totalidad de las intervenciones ha sido, o para defender el esquema o para hacerlo más amplio en sus reformas. Podrían contarse con los dedos las intervenciones que han tratado de hacerlo menos reformador, ¿Es, acaso, que la mayoría del Concilio es innovadora?

La tercera característica es el número de enmiendas pedidas, aun siendo como era éste un "esquema de rodaje", un "esquema fácil". Aún sin encontrar grandes hostilidades -y recuérdese que en la historia de los Concilios no es nada infrecuente el que muchos esquemas fueran rechazados en bloque-, son más de mil las enmiendas propuestas y que ahora tendrá que revisar y sopesar la comisión litúrgica. ¿Qué no sucederá con otros esquemas más discutibles?

Aparte de estas tres lecciones importantes, yo diría que este esquema ha ofrecido tres descubrimientos que me parece van a ser decisivos en la historia de la Iglesia contemporánea:

En primer lugar, el descubrimiento del valor de las conferencias episcopales. Este Concilio que, por un lado ha señalado el fin de los llamados "bloques nacionales" y que ha permitido ver a obispos de la misma nacionalidad tomando posturas distintas y aún opuestas, por otro ha dejado ver la necesidad de una cada vez mas sólida vertebración y organización de los Episcopados. Así hemos asistido a la fundación de la Conferencia Episcopal Panafricana y a la organización de todos los obispos orientales, hasta hay tan desunidos, en una especie de Conferencia Episcopal común. E incluso comienza a hablarse de una Conferencia Episcopal Europea, una especie de Mercado Común de las almas.

El segundo gran descubrimiento es la importancia de los nuevos pueblos. En el Concilio Vaticano I todos los obispos misioneros eran de origen europeo; en éste hemos visto obispos de todas las razas y colores. En aquél se consideraba a los misioneros como obispos de segundo orden (recuérdese que se les llamaba incluso "los pequeños obispos"), y en este Concilio casi podría decirse que han sido los obispos que mayor interés han acaparado y que han significado las voces más nuevas y más frescas,

Un tercer descubrimiento importantísimo: la presencia de los observadores. Son una especie de recuerdo perenne de la caridad, y su presencia en el Aula es un freno constante a toda postura demasiado tensa. ¿Quién puede medir el peso que esto va a tener en los próximos días en los que se va a debatir uno de los problemas eje en la separación de Lutero?

He aquí ya una serie de conclusiones que me parece que, por sí solas, justificaban un Concilio. Pero quizá lo más importante no ha empezado todavía.

barra
página en construcción barra


webmaster:hsotto@ctcreuna.cl