Un periodista en el Concilio


31 de octubre de 1962


PUNTO Y BALANCE

Tras la sesión de hoy el Concilio abre una pequeña pausa: mañana y pasado, los Santos y los Difuntos, y el sábado tendrán que preparar la basílica para la gran función del domingo, cuarto aniversario de la elección de Juan XXIII. He aquí una buena fecha para hacer una pausa y un balance. ¿Adónde llegamos? ¿Qué temperatura respira el Aula Conciliar?

En esta segunda semana de diálogos podemos registrar un pequeño descenso de tensión. La primera semana, aún dentro de la más absoluta caridad, registró las posturas más opuestas. Desde la del Padre que opinaba que "alejarse del latín era caminar hacia el cisma" hasta la de quienes veían en el latín una barrera insuperable para todo apostolado litúrgico. Y, en medio, muchas posturas intermedias, casi la totalidad.

Los debates de esta segunda semana han registrado una mayor aproximación de opiniones, sin que esto excluya muy distintos modos de ver en cosas secundarias.

Así podemos registrar acuerdo absoluto en algunos temas tocados esta semana y mayores diferencias en otros. Coinciden, por ejemplo, los Padres en la necesidad de subrayar que la misa es un acto de comunidad y no una simple devoción privada. "Hay que recordar -decía monseñor Lercaro- que la misa no es un restaurante en el que cada uno toma su comida, paga y se va; sino una cocina familiar, donde padres e hijos comen a la misma mesa". "Sería terrible -decía monseñor Elchinger- que un conservadurismo estrecho no tuviese en cuenta las necesidades y aspiraciones de la juventud actual. Muchos obreros se han alejado de la Iglesia porque su liturgia es para ellos prácticamente incomprensible."

Un parecido acuerdo se realiza en tomo a la necesidad de mejorar el ciclo de lecturas bíblicas, evitando evangelios repetidos y cuidando de que toda la Sagrada Escritura tenga entrada en la misa, aun a lo largo de varios años. Especialmente han señalado los Padres la necesidad de que la predicación y la comunión de los fieles formen parte integrante de la misa. Monseñor Florit señalaba, por ejemplo, cómo todo en la misa es único: unidad de la Palabra de Dios, unidad de la Eucaristia. Ciertamente, la disciplina de la Iglesia permite a los fieles llegar al Ofertorio, pero sería de desear que el Concilio insistiera para que no se separen la liturgia de la palabra y la liturgia del sacramento.

Pero, ¿conviene declarar obligatoria la asistencia a la primera parte de la misa para cumplir el precepto dominical? El comunicado oficial de anteayer lo señalaba de un modo muy prudente: "Los fieles han de asistir a una y otra (parte de la misa) y hay que inculcarles que ambas, cada una a su modo, son importantes". ¿Qué valor ha de darse a esta frase: ese "han de asistir" debe traducirse por un "deben asistir", o por un "conviene que asistan"? He aquí un interesante interrogante que sólo las futuras votaciones nos aclararán. "Si se mira a la Historia -recordaba el cardenal Lercaro-, se verá que el permiso para asistir a la misa a partir del Ofertorio coincide con la época en que el pueblo cristiano cesó de participar en la misa para comenzar a asistir a ella pasivamente."

También fue el cardenal de Bolonia quien defendió brillantemente en el Aula la conveniencia de las misas dialogadas, aunque no faltaron Padres que recomendaron prudencia en su uso para -como dice el comunicado oficial- "no quitar a los asistentes ciertos momentos de profundo recogimiento, que tanto favorecen a la piedad personal".

Uno de los puntos más debatidos de la semana ha sido el de la comunión bajo las dos especies. En el aspecto histórico fue defendida por el cardenal Alfrink. "Adoptándola -señaló-, daríamos un signo de fidelidad al Evangelio, siguiendo más a la letra lo que Cristo hizo en la Última Cena." Esta misma postura fue defendida por el cardenal Bea, por razones ecuménicas. Los ortodoxos, que practican la comunión bajo las dos especies, verían en esto una vuelta a las tradiciones comunes, y los protestantes verían un esfuerzo de aproximación a la Biblia.

Mas también hubo quienes lo veían desde otro ángulo. Lo encontraban difícil desde el punto de vista práctico, sobre todo en las grandes concentraciones de fieles y algunos temían, sobre todo que la adopción de las dos especies pudiera causar confusión en los fieles, que podían llegar a creer que la comunión con solo el pan no era del todo comunión.

Pero quizá el punto más discutido haya sido el de la conveniencia de la concelebración. Muchos Padres lamentan la pérdida de esta hermosa ceremonia litúrgica que la Iglesia oriental conserva en todo su esplendor y que en los ritos latinos ha quedado reducida a la única excepción de la ordenación de sacerdotes y consagración de obispos. Adoptarla con carácter más amplio no sería ninguna novedad. sino simplemente la vuelta a la primitiva tradición. Diversos oradores han recordado que en el siglo IV no había en Roma más misa que la del Papa, misa a la que todos los otros presbíteros se asociaban: que hasta la Edad Media estaba prohibido celebrar simultáneamente dos misas en la misma iglesia y que aún hoy, en el rito bizantino, se prohibe decir dos misas el mismo día en el mismo altar.

Monseñor Khoury, arzobispo de Tiro, recordaba que la concelebración es esencialmente un acto comunitario, que es el acto del "sacerdocio" y no de tal o de cual sacerdote. También monseñor Cauwelaert, en nombre de todos los obispos de Africa, señalaba el valor que en este Continente tienen todos los gestos que ligan unos hombres a los otros, y que por lo tanto, la concelebración sería para los africanos un espléndido gesto de vida comunitaria. Por otro lado, los misioneros, que viven siempre aislados, amarían el poder unirse en la concelebración de la misa en las ocasiones en que se pudieran reunir con sus obispos.

El mayor defensor de la concelebración ha sido el padre Kleiner, superior general de los cistercienses, que, hablando en nombre de toda su orden y de todos los abades benedictinos y trapenses, hizo saber que todos los teólogos y abades de las Ordenes monásticas deseaban que la misa conventual pudiera ser una misa concelebrada. "La misa -dijo- es el eje del oficio divino de los monjes y, mientras estos participan todos en el oficio divino, en la misa tienen que quedarse realmente fuera, como si fueran simples seglares o, lo más, cantores."

Otros padres han insistido en la conveniencia de adoptar la concelebracion en algunas circunstancias. Lamentan, por ejemplo, que el Jueves Santo se queden sin celebrar la mayoria de los sacerdotes, y señalan lo útil que sería, en Ejercicios Espirituales o asambleas sacerdotales el que todos los sacerdotes reunidos se unieran espiritualmante en una misa dicha entre todos, rodeando el mismo altar, como hoy se hace entre los orientales. El obispo de Tarbes exponía el caso concreto de Lourdes, donde los sacerdotes tienen que esperar mucho tiempo para decir misa y la dicen a la vez en varios altares, lo que distrae la atención de los fieles. ¿Por qué no podrían todos los sacerdotes peregrinos decir para los fieles una solemne misa concelebrada?

Muchos otros temas han ido surgiendo además en estos días: los obispos que piden que la misa se pueda decir a cualquier hora del día; los que piden que se simplifique aun más el ayuno eucarístico... Y también, sí, ha reaparecido la preocupación social. Se ha indicado de nuevo la necesidad de suprimir las clases en las funciones litúrgicas, así como la conveniencia de simplificar los vestuarios, quitando todo cuanto pudiera parecer lujo inútil.

Este es, por hoy, el estado de la cuestión de los temas más en candelero. Sobre todos ellos siguen manifestándose los Padres con la más absoluta libertad. Y esta diversidad de opiniones, lejos de resultar desedificante, es una de las cosas que más alegran a cuantos siguen el Concilio. Ayer, concretamente, recogía el cronista del "New York Times" la opinión de los observadores de las Iglesias separadas: "Gran parte de los observadores delegados -escribe- vinieron a Roma hace tres semanas convencidos de que iban a asistir a una exhibición de autoritarismo monolítico, Pero, en cambio, están asistiendo a una sorprendente demostración de libertad de expresión, para usar la palabra textual de uno de los observadores. Y todos ellos han manifestado que nutren un gran sentido de admiración hacia la Iglesia católica ahora que la han visto funcionar". Pocas noticias podían ser más alegres que ésta.

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