Un periodista en el Concilio


26 de octubre de 1962


LATIN, SI; LATIN, NO

En todas las conversaciones conciliares de estos días -dentro y fuera del Aula- gira incesante el tema del latín, punto para muchos fundamental en toda reforma Litúrgica. Valdrá la pena que nos detengamos en él para revisar cuánto en estos días se dice en su favor y en contra suya. ¿Es cierto que el latín ha sido siempre la lengua de la Iglesia? ¿Cuál ha sido la postura de la Iglesia, a lo largo de los siglos, en torno a este problema? ¿Cuál es su postura actual? ¿Qué razones militan a favor de los mantenedores de una y otra tendencia? He aquí una serie de problemas sobre los que quisiera detenerme.


CUATRO PASOS POR LA HISTORIA

Como es lógico y sabido, la Iglesia primitiva hablaba la lengua vulgar de su tiempo. Jesús, en la última Cena y en la institución de los sacramentos, habló arameo, y en arameo y hebreo hicieron los apóstoles sus primeras predicaciones y sus primeras liturgias. Es San Pablo el primero que plantea el problema del helenismo. ¿El Evangelio debe permanecer cerrado en el mundo judío o debe abrirse al mundo? El espíritu católico -después de los primeros forcejeos que registra la historia cristiana- acepta la postura universal, y la liturgia se abre también para la lengua griega. Y en griego se escriben tres de los cuatro Evangelios. Ninguno de los apóstoles ve el menor problema en esta traducción de la palabra de Cristo. Ni se ve luego, cuando los libros santos comienzan a traducirse al sirio, al armenio, al copto, ni cuando la liturgia empieza a celebrarse en estos países, espontáneamente, en la lengua de cada uno, sin hacerse cuestión de ello. Así en Oriente surgen los diversos ritos, las distintas lenguas, sin que nadie vea en ello nada problemático.

Pero en Occidente las cosas van a ser de otra manera. Cuando el cristianismo llega a Roma, la Iglesia habla griego en la Ciudad Eterna, ya que la mayoría de los habitantes de esta ciudad cosmopolita hablaba griego entonces. Pero hacia el año 200 el latín empieza a ganar terreno entre los romanos y la Iglesia romana comienza a abandonar el helenismo. Se multiplican las traducciones latinas de la Biblia, y, en el siglo IV, insensiblemente, la liturgia pasa al latín. Y este paso se hace con toda naturalidad. Se abandona la lengua griega, la lengua del Nuevo Testamento, y todos encuentran esto natural en un momento en que el latín se ha hecho común y es ya la lengua del Imperio. La Iglesia, simplemente, se adapta a las circunstancias. Deja la lengua evangélica, la lengua en que se ha elaborado la primera teología, sin que haya el menor rastro de ninguna polémica por este abandono.

Y, tras ello, el Imperio crece, Los primeros misioneros evangelizan Italia, Francia, España, Alemania, Gran Bretaña, y en ninguno de estos paises encuentran una lengua escrita ni literatura alguna. El latín se hace la única lengua cultural de estos pueblos. Y la liturgia se implanta en latín con toda naturalidad.

La situación pudo cambiar con la llegada de los bárbaros. Pero tampoco ellos traen una lengua escrita, y pronto los vencedores son absorbidos culturalmente. El latín es la lengua de las letras, de las ciencias, de la diplomacia, la única lengua escrita de estos siglos. Es lógico que la Iglesia mantuviera el latín en la liturgia.

Pero comienzan a nacer las excepciones para los pueblos que quedan al margen del Imperio romano. El año 879 registra uno de los más curiosos documentos históricos sobre este problema. Los santos Cirilo y Metodio han acudido al Papa Juan VII para pedirle que conceda a los eslavones la posibilidad de celebrar la liturgia en lengua eslava. Y el Papa responde con un interesante documento, en el que dice. entre otras cosas:

Nos, ordenamos que se celebren en esa lengua (eslava) las alabanzas y las obras del Señor, porque la Sagrada Escritura no nos enseña a alabar al Señor sólo en tres lenguas, sino en todas, cuando dice: "Todas las naciones alabad al Señor". Y los apóstoles -llenos del Espíritu Santo- en todas las lenguas anunciaron las maravillas del Señor. Nada hay contrario a la fe ni a la integridad de la doctrina ni en el hecho de cantar la misa en dicha lengua eslava, ni en decir el Evangelio bien traducido y bien comprendido, ni en rezar en esa misma lengua las horas del Oficio. El autor de las tres lenguas principales -el hebreo, el griego y el latín- ha creado también todas las otras lenguas para su alabanza y para su gloria.

Dado este espiritu, ¿por qué no se extendió esta práctica de las lenguas vulgares a los demás pueblos? Estaban naciendo en aquellos momentos; las más no tenían todavia literatura alguna, y el latín seguía siendo la verdadera lengua internacional de Europa y la base de su unidad cultural y política. Todos tenían interés en mantenerlo. Pero fuera de Europa la Santa Sede sigue su política de permitir las lenguas nacionales. Y en el siglo XIV registramos concesiones a favor de las lenguas turca, albanesa, griega y armenia. Pero en el siglo XVI vamos a asistir a un viraje de la rueda. Los reformadores van a levantarse contra el latín, proscribiéndolo de los ritos litúrgicos, Y esta vez la Iglesia no va a aceptar sus peticiones. ¿A qué se debe este cambio de actitud en Roma? A algo muy sencillo: las antiguas peticiones pedían una simple adaptación por motivos apostólicos. Esta vez la petición va envuelta en la herejía. Lutero no pide la liturgia en alemán para que ésta sea mejor comprendida y para que, con esta comprensión del rito aumente el fervor de quien recibe el sacramento. Lutero niega el valor real del sacramento. Para él el fiel no recibe a Cristo en la comunión, ni se realiza el sacrificio en la misa: en ella no hay más que el acto de culto a Dios y la lectura y la predicación de la Palabra bíblica. Por lo cual, para su teología, lo único que importa en la liturgia es que ésta sea comprendida.

Frente a esta herejía la Iglesia defiende el latín para demostrar al mundo que lo esencial de la liturgia no es que sea entendido su lenguaje, que el verdadero centro de la misa es el sacrificio eucarístico. Ceder en estos momentos en lo accidental hubiera sido un modo de conceder que lo accidental era lo esencial, como Lutero pretendía.

Y así el Concilio de Trento cerrará ante la herejía las puertas que antes abría ante el verdadero celo. En estos momentos lo que verdaderamente importaba a la Iglesia era la integridad de la fe, y su defensa era más segura con la lengua en que se había elaborado toda la teología. El latín se había convertido en símbolo vivo de la ideología católica. Pero esta defensa del latín no significaba la canonización del latín. Cuando hay una riada, se levantan los parapetos de los ríos y la altura del parapeto no quiere decir que esa sea la altura del agua. Siempre se levantan las defensas bastante más de lo estrictamente necesario. Pero quizá esa altura de las defensas, imprescindible para las horas de riada, no sea el ideal para las horas ordinarias.

Y así, a lo largo de los siglos XVII Y XVIII, cuando siguen los ataques al latín por parte de movimientos heréticos y cuando los primeros misales y biblias unen a sus traducciones una serie de ideas jansenistas, la Iglesia mantiene su guardia contra todas estas infiltraciones. Y así Alejandro VII prohibe en 1601 traducir el misal para las lecturas privadas de los fieles.

Pero -dato importante- simultáneamente, la Iglesia, que mantiene el latín en Europa cuando ve las lenguas vulgares aliadas a ideas heréticas, tiene la mano abierta para quienes lo piden por el verdadero bien de los fieles. Y así tenemos, en 1713 y 1736, dos concesiones de celebración en lengua vulgar para armenios y maronitas.

En el siglo XIX cambian los tiempos. El movimiento litúrgico empieza a nacer en Occidente, limpio ahora ya de contornos protestantes, y en 1897 León XIII saca del índice la traducción del misal, de Voisin, y prosigue la concesión de permisos especiales para las lenguas paleoeslava y checoslovaca. Pío X va a dar en 1903 un impulso decisivo al movimiento litúrgico, pero manteniendo viva y rígida la ley del latín para la liturgia romana.

Y así se llega a 1947, y, en este año, la Mediator Dei delimita y marca los caminos al movimiento litúrgico. Su postura ante el latín es clara y neta: El empleo de la lengua latina, en uso en una gran parte de la Iglesia, es un signo claro y manifiesto de unidad y una protección eficaz contra toda corrupción de la doctrina original. Pero de todos modos en muchos ritos puede ser muy útil para el pueblo el uso de la lengua vulgar. Mas es la Santa Sede quien únicamente puede conceder esto.

Y esta es la regla que ha venido practicándose durante los últimos años: defensa en principio y teoría del latín litúrgico, pero gran mano abierta para las excepciones. Estos años han visto el abundante florecimiento de los rituales bilingües para los sacramentos, con gran parte de los ritos en lengua vulgar: 1947, en Francia; 1949, para la India; 1950, Alemania; 1953, para el bautismo en Italia; 1955, para la diócesis de Lugano; 1958, para Bélgica; 1959, para Irlanda; 1960, Portugal; 1962, Hispanoamérica. Y también en diversas partes de la misa: en 1956 para Francia y en 1959 para Alemania se concedía el permiso para leer la Epístola y el Evangelio en alemán y francés. Y en 1949 la más revolucionaria de las concesiones: permiso para decir en chino toda la misa, excepto el canon.

Todas estas excepciones han ido creando una mentalidad nueva. Y son muchos los que comienzan a preguntarse si no habrá llegado la hora de convertir en ley las excepciones, y abrir para todo el mundo las puertas, ya abiertas para algunos pueblos, permaneciendo algunos fragmentos esenciales de la liturgia en latín como signo de unión universal. ¿Y quién mejor que un concilio para plantearse y resolver este problema?

Henos aquí, pues, ya en pleno debate. ¿Qué argumentos esgrimen estos días los Padres a favor del latín o de las lenguas vernáculas? Intentemos presentarlos esquemáticamente:


VENTAJAS DEL LATIN

1) -El latín -dicen los defensores- es importantísimo en la defensa de la unidad de la Iglesia. Pío XII lo dijo clarísimamente: "El empleo de la lengua latina, en uso en una gran parte de la Iglesia, es un signo manifiesto y evidente de unidad". Sin él, la liturgia se atomizaría y cada país del mundo tendría una diferente. Con él todos los pueblos del mundo alaban a Dios en el mismo idioma, con las mismas palabras, con los mismos gestos, y todas las otras religiones pueden ver cómo se cambia de pueblos y de continentes, pero la Iglesia es la misma.

1) -No han de exagerarse -dicen los adversarios- las palabras de Pío XII. El Papa dice que el latín es "un" signo de unidad, no el único, ni el más importante. Dice, por otro lado, que es un "signo" de la unidad, no la fuente de la unidad, ni su causa, fuente y causa que están en la fe y en el primado del Papa. Por otro lado, el propio Papa recuerda que el latín sólo está en uso "en gran parte de la Iglesia". Exagerar el valor de este argumento sería tanto como decir que las Iglesias católicas orientales no están unidas a Roma, ni unidas entre sí. Por otro lado, para mantener ese signo de unidad bastaría conservar en latín algunas fórmulas esenciales; de otro modo se confundiría unidad y uniformidad. Y al hombre moderno, si le impresiona apologéticamente la unidad, le molesta la uniformidad. que ve como hermana gemela del totalitarismo. Por otro lado, son ya tantas las excepciones concedidas por la Santa Sede, que esa unidad es ya más teórica que real."

2) El mundo moderno -se sigue diciendo- tiende hacia la unidad en todos los terrenos. Sería un error perderla y disgregar lo que nos une, precisamente cuando todo se unifica. Los movimientos migratorios y el turismo están unificando cada día más el mundo, y conviene que viajeros y emigrantes puedan encontrarse en todos los países del mundo con una liturgia igual: que, al menos, en las iglesias de cualquier país del mundo se sientan en casa, con algo conocido, con algo amado.

2) "Es cierto -responden los otros- que el mundo tiende a la unidad; pero no en lo lingüístico; el mundo está dispuesto a asociarse y unirse, pero no a renunciar a las lenguas maternas. Todos los intentos de lengua universal moderna han fracasado. No puede pensarse que los emigrados se sientan en casa por oír la misa en latín, en un latín que en su nueva tierra les resulta tan extranjero como les resultaba en su tierra de origen. Por otro lado, los emigrantes, al cabo de poco tiempo, han asimilado la lengua de su nuevo país, y nunca asimilarán el latín en ninguna."

3) El latín no sólo ayudará a mantener la unidad, sino también la pureza de la fe, Pío XII lo dijo también claramente al afirmar que "es una protección eficaz contra toda corrupción de la doctrina original". ¿Cómo se mantendría ésta con el multiplicarse de las traducciones? ¿Cómo podrían traducirse los términos técnicos acuñados en latín por siglos y siglos?

3) Tampoco se debe exagerar este argumento, porque sería acusar a los católicos orientales de no haber conservado la pureza de la fe. Por otro lado, no debe confundirse "lengua de la liturgia" con "lengua de la teología". En todo caso siempre podrían mantenerse en latín aquellas frases centrales en las que entran en juego complicados problemas teológicos. ¿Pero qué entra en juego en las frases en que los sacerdotes dialogan con sus fieles? Por otro lado, ¿no se tradujo la Biblia del hebreo y del griego al latín sin que la fe se perdiera? ¿No se han multiplicado las traducciones de la Biblia y de los catecismos sin ese riesgo? ¿No leen los fieles habitualmente en lengua vulgar las frases que simultáneamente lee el sacerdote en latín? ¿Se tambalea su fe por ello? Otra cosa sería decir que la Iglesia tendrá que vigilar atentamente las traducciones.


VENTAJAS DE LAS LENGUAS VERNACULAS

1) Su uso mostraría mejor al mundo la catolicidad de la Iglesia; sería un signo visible de que, como dijo Pío XII, "el Evangelio no destruye ni apaga nada de lo que tiene de bueno, bello y honesto el genio de los pueblos que le abrazan"-. Y se demostraría con esta apertura que -en palabras de Juan XXIII-"la Iglesia no se identifica con ninguna cultura, ni siquiera con la occidental, a la que está estrechamente mezclada por la Historia". El uso del latín en la liturgia es tomado por los no occidentales especialmente como una señal de falta de universalismo, y suceden cosas como la que señaló el cardenal Constantini: "Hemos querido hacer pasar al Oriente a través del latín, pero el Oriente no ha pasado. Nosotros hemos tenido a los chinos alejados de nosotros no por la muralla de China, sino por la muralla del latín.

1) "La adaptación a todos los pueblos -responden los adversarios- es buena, pero, siendo los hombres instintivamente individualistas, siempre hay el peligro de que la adaptación terminara creando nacionalismos y quién sabe si cismas. Por otro lado, vemos que los nuevos pueblos, por muy antioccidentalas que sean, en sus costumbres van adoptando las posturas occidentales, en sus vestidos, modos de vivir, alimentación, cultura. No podemos juzgar este problema a la luz del momento actual en que hay en todo el mundo un antioccidentalismo explosivo. La ola actual de individualismos culturales normalmente irá moderándose con el paso de los años, y todas esas culturas que hoy nos parecen tan opuestas no lo serán al cabo de unos siglos. El actual movimiento parece pronosticar que el Africa y Asia de hoy serán en el siglo XXV tan occidentales culturalmente como hoy lo es Hispanoamérica, que hace cinco siglos parecía infinitamente distante".

2) La liturgia es, ante todo, el culto del pueblo a Dios. Por ello, la medida de todas las decisiones en esta materia, salva la fe, no ha de ponerse ni en la estética, ni en la tradición, ni en la Historia, ni en el arqueologismo, ni en el rubricismo, sino en la utilidad pastoral de los fieles. Y el pueblo, que lleva en sus venas la lengua natal tanto como la sangre, no ha de ver la religión como algo mágico y alejado; es necesario que se sienta activo y participante en ella. La Historia ha demostrado cómo los esfuerzos por adoctrinar al pueblo y hacerle participar en la liturgia han tropezado siempre con la barrera insalvable de la lengua no comprendida.

2) No debe creerse que la lengua vulgar hará milagros. Recuérdese aquello que escribió Bruce Marshall: "Los anglicanos recitan los más hermosos himnos en los bancos más vacíos". La verdadera solución está en la formación de los fieles. Porque el lenguaje litúrgico traducido a sus lenguas, si no poseen una cultura bíblica y litúrgica, seguirá pareciéndoles extranjero, entenderán las palabras, pero no entenderán el sentido, ya que el lenguaje litúrgico siempre deberá tener un "tono" distinto del lenguaje normal de la calle. Por otro lado, ¿no harán las traducciones nacer conflictos en los países y zonas donde se da el bilingüismo? ¿Y qué pensar de Africa, donde los dialectos y lenguas tribales son cientos?
3) Vivimos en una época ecuménica y hay que abrirse a los separados en todo cuanto no ponga en juego la fe y las costumbres católicas. El cardenal Bea dijo que la Iglesia no podría aceptar compromisos con las Iglesias separadas en materia de fe, pero sí en materia de liturgia. Ahora bien: el latín molesta a los separados, que lo ven no como símbolo de catolicidad, sino de romanismo; no de unidad, sino de centralización. Aceptar, como ellos, la lengua vernácula sería marcar diferencias entre lo esencial y lo accidental; quitando las barreras de lo accidental dejaríamos más claro el estudio de lo esencial que nos separa.
3) Bien está derribar barreras, pero para el pueblo ignorante y sencillo, ¿no sería este compromiso en lo accidental una especie de signo de concesión en lo esencial? Al ver dos ritos idénticos entre católicos y separados, ¿no nacería en muchos la confusa sensación de que realmente estábamos unidos? Desgraciadamente, estamos separados: ¿por qué dar sensación de unión mientras esta unión verdadera no se haya realizado? Y el día que la unión de fe se haya realizado, no será la lengua latina quien cree problemas, ya que la fe comportará la obediencia a este signo de unidad, que, aun siendo molesto, no crea verdaderos problemas a quien tiene fe.
¿A qué conclusión llega uno después de pesado todo esto? A la de que el asunto no es tan fácil como algunos creen; a que habrán de pesarse bien las circunstancias, los detalles. ¿Qué concluirá el Concilio? Nadie puede saberlo hoy. Los vientos huelen a un predominio de la tendencia renovadora, pero hacia una renovación sin prisas, a que se darán "pasos", y pasos importantes, pero no "saltos" y mucho menos saltos en el vacío. De todos modos, también aquí habrá que decir aquello de "la solución, mañana". Las votaciones nos lo dirán.

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