Un periodista en el Concilio


13 de octubre de 1962


PRIMERA SORPRESA: UN CUARTO DE HORA DE SESION

A las nueve de la mañana allí estábamos todos los periodistas para ver la entrada de los Padres a la primera sesión. Era un bonito espectáculo, aunque una ligera llovizna estropeaba un poquillo la cosa. Los grandes autobuses llenos de obispos aparcaban a la derecha de la plaza y los turismos a la izquierda. Los prelados venían hoy vestidos con capisayos rojos, tapándose con dulletas negras o con impermeables un poco de todos los colores. Nunca había conocido la plaza de San Pedro un espectáculo tan pintoresco. Los obispos se entretenían charlando bajo la columnata, y los que eran prácticos de la basílica entraban sin mojarse por el "portone di bronzo". Los novatos hacían una carrerilla hacia la puerta central.

A las nueve la plaza estaba nuevamente desierta y los periodistas entramos a charlar en un bar para entretener la espera hasta las diez, que tendríamos audiencia del Papa.

A las diez menos cuarto llegó uno de los compañeros oficiales de la Oficina de Prensa y nos comunicó que los Padres acababan de terminar la misa del Espíritu Santo y que había empezado la primera sesión conciliar.

Pocos minutos después -no habría pasado un cuarto de hora- nos levantamos y nos dirigimos hacia el "portone di bronzo" para subir a la Capilla Sixtina, donde íbamos a tener la audiencia. Y cuál no sería nuestra sorpresa al ver venir hacia nosotros un grupo de obispos que salían ya de la basílica. Tras ellos otro grupo enfilaba la puerta.

-¿Qué ha pasado?, preguntamos.
-Que ya ha acabado la sesión, nos respondió en francés uno de los prelados.
-¿Pues?

Encogió los hombros y nos repitió: "Ha acabado". Nos miramos los unos a los otros con extrañeza y nos lanzamos todos a la puerta a comenzar nuestras faenas de pesca. No fue difícil saber que el cardenal Lienart había pedido el aplazamiento de la votación, aunque, según otros, había sido el cardenal Frings quien había hablado.

Pero no había tiempo de aclarar todas estas noticias, la audiencia del Papa nos esperaba. Y tuvimos que conformarnos de momento con nuestros retazos de noticias. Vaya, parece que las cosas comenzaban con pimienta periodística.


UN SACERDOTE LEAL

La Capilla Sixtina rebosaba de periodistas y de todos los que se habían colado como si lo fueran. Y, cuando mis amigos y yo llegamos, un tapón de más de mil personas nos separaba del trono pontificio. ¿Pero será posible que haya tantos periódicos en el mundo? Afortunadamente uno conoce ya las normas de la estrategia vaticana y nunca falta un señor plagado de entorchados y condecoraciones detrás de quien meterse muy seria y dignamente. Luego no hay que ser excesivamente ambicioso. Conviene estar en la sombra hasta que el Papa llegue, porque en esos momentos todavía alguien puede pedirte el billete especial. Luego hay que aprovechar los instantes de confusión que se producen cuando entra el Papa. Y ya está uno en la primera fila. Luego basta sentarse sobre el primero de los escalones para que nadie proteste si no le dejas ver.

Ha sido la vez que más de cerca he seguido un discurso del Papa. Allí, sentado como un chaval, a unos cuatro metros del trono, he podido seguir su palabra sin perder un solo gesto.

Ha sido otro gran discurso, en la línea del de la apertura y casi a la altura de aquél. Lo ha leído en un francés bastante bueno y con un tono paternal delicioso Lo que más me ha gustado ha sido su invitación a conocer y describir la Iglesia tal y como la Iglesia es. Porque sucede -ha dicho- que muchas veces se atribuyen a la Iglesia doctrinas que ella no profesa, se le reprochan actitudes que ha podido adoptar en circunstancias históricas determinadas y que indebidamente se generalizan, sin tener en cuenta su carácter accidental y contingente.

He aquí palabras importantes porque en verdad la mayoría de las acusaciones que se levantan contra la Iglesia van contra cuatro fechas concretas de su historia, contra cuatro actitudes de cuatro hombres de la Iglesia. Pero la Iglesia es mucho más que una serie de detalles. Y podría asegurarse que la mayor parte de los enemigos de la Iglesia dejarán de serlo sólo con conocerla.

En el Concilio vamos a tener "la gran ocasión". Vamos a tener toda la Iglesia entera al tiro de los ojos; no esta ni aquella tendencia, sino "la Iglesia". Esta Iglesia en la que, como ha dicho el Papa, no hay maquinaciones políticas y que no tiene nada que ocultar, que sigue un camino recto, sin rodeos, que nada desea sino la verdad para la felicidad de los hombres y la comprensión fecunda entre los pueblos de todos los continentes. Quiera Dios que los periodistas sepamos ver aquí toda esta verdad y que la digamos sin parcialismos, pero sin miedos. Quiera Dios que nuestra tarea nos sea facilitada y que no resulte todo tan difícil que puedan las circunstancias más que nuestra buena voluntad.

En la última parte de su discurso el Papa nos ha hablado de su persona, nos ha agradecido los elogios que a diario le dirige la Prensa. Pero nos ha dicho que sólo desea una cosa, que el día en que él se vaya, se pueda decir: era un sacerdote leal y pacífico ante Dios y los hombres, un amigo, y sincero, de todas las naciones. El Papa puede estar bien seguro de esto.

Luego, el Papa, como para poner en práctica este deseo, ha bajado unos segundos a charlar con los periodistas de las primeras filas. "Santidad, rece por los periodistas", ha dicho uno. "Ya lo hago, ha respondido él. Aplico por vosotros siempre el primer misterio gozoso del Rosario." "¿Por qué precisamente ese?", preguntan. "Porque también vosotros sois niños que enseñáis a los doctores", responde. "Usted -exclama uno olvidándose de todos los tratamientos- podía ser un buen periodista." "De muchacho ya comencé a escribir -responde el Papa. Pero luego ... " Y se va, dejando esa su clásica estela de anécdotas y florecillas.

Salimos felices, contentos, nada embarazados, como si viniéramos de casa. Y un periodista despistado me pregunta: "¿El que estaba a la derecha del Papa era el cardenal Tardini? Le respondo evasivamente que en la audiencia no había ningún cardenal. Porque no quiero avergonzarle recordando que el cardenal Tardini murió hace ya más de un año.


LA SESION DE ESTA MAÑANA

Una hora después de finalizada la audiencia ya sabíamos todos los periodistas lo ocurrido dentro del Aula Conciliar. Que fue tan sencillo como significativo:

La sesión comenzó comunicando monseñor Felici, secretario del Concilio, que se iban a distribuir las papeletas de votación. Más que papeletas lo que se repartió fue un folleto de grandes dimensiones y 16 páginas. En el encabezamiento de cada una iba el nombre de una comisión y debajo 16 líneas vacías en las que cada Padre había de poner los nombres de sus 16 candidatos para cada comisión. 160 nombres por votante, más de 400.000 en total. Junto a este folleto se repartían otros dos: la lista de todos los obispos en Concilio y la lista de los que habían formado parte de las comisiones preparatorias.

Segundos después, y de la propia mesa de presidencia se levantaba el cardenal Lienart y exponía la dificultad de votar sin haber preparado suficientemente la votación. Los Padres realmente no se conocían. Y, existiendo como existen unas comisiones episcopales en cada nación, ¿no sería mejor que cada comisión preparase los candidatos de su nación y que se entablaran diálogos entre las diversas comisiones a fin de llegar a unas listas más elaboradas y perfectas? Esta opinión la exponía el cardenal de Lille en nombre de todo el Episcopado francés, y pedía que la votación se retrasara cuatro días para que se pudieran entablar estos diálogos entre las comisiones. Unos segundos de indecisión y al fin un nutrido aplauso de gran parte del Aula cerró la intervención del cardenal francés.

Inmediatamente se levantaba, también de la mesa de presidencia, el cardenal Frings. Señalaba que hablaba a título personal, pero con el consentimiento de los cardenales Dopfner (de Munich) y Koenig (de Viena). Apoyaba y recogía en todo la petición del cardenal Lienart y quería señalar a los Padres que en estas votaciones se podían aceptar también candidatos cardenales, ya que ninguna limitación señalaba en esto el reglamento. Un nuevo y más nutrido aplauso.

Los diez cardenales de la presidencia (Tisserant, que hacía hoy de presidente, Lienart, Tappouni, Caggiano, Gilroy, Ruffini, Alfrink, Pla y Deniel, Spellman y Frings), dialogaron durante unos minutos y al fin comunicaron a la sala su decisión de aplazar hasta el martes la elección. Con lo cual esta primera sesión se concluía en doce minutos justos.

Como se ve las cosas han sido bien sencillas. Pero quien viva estos días en Roma sabrá desentrañar lo que hay dentro de cada uno de estos detalles aparentemente sin importancia, pero que nos aclaran ya muchas cosas de lo que va a ser este Concilio. En primer lugar ¿qué valor tenía el reparto a los Padres conciliares de las listas de los miembros de las comisiones preparatorias como única orientación en su votación? ¿Era un modo discreto de pedirles la confirmación de estas listas? El problema era hondo. Y tanto más cuanto que todos conocíamos la declaración de un gran grupo de prelados centroeuropeos, que habían afirmado al salir hacia Roma que no iban allí para dar precipitadas respuestas a cuestiones ya trazadas por las comisiones preparatorias o para aprobar con una simple formalidad lo que allí se les recomendase; iban a deliberar con toda calma, para expresar su maduro juicio y para dar, con el tiempo, sus conscientes votos.

El Episcopado, pues, no tenía prisa, no quería limitarse a hacer un cumplido. Y esto era tanto más importante cuanto que muchos deseaban unas comisiones conciliares mucho más universales que las comisiones preparatorias. La preparación había durado tres años; todos los obispos comprendían que era lógica en ellas la mayoría de miembros italianos o residentes en Roma. Pero ahora estaban en Roma todos los obispos del mundo. ¿No habría llegado la hora de unas comisiones realmente universales? Evidentemente no era lógico confirmar unas comisiones en las que Italia sola tenía más miembros que todo el resto de Europa, ocho veces más que Hispanoamérica y 23 veces más que Africa. Y esta universalidad era tanto más importante dado que 75 de los 195 peritos oficiales eran ya italianos y otros 50 residentes en Roma, y puesto que ocho de los diez presidentes de las comisiones eran italianos y los 10 eran hombres de curia. ¿No era lógico que el Concilio deseara unas comisiones más universales, que recogieran todos los problemas y todas las mentalidades, y compuestas por hombres que trabajan a diario entre los problemas concretos, además de cuantos los ven a través de sus cátedras y despachos romanos? A nadie podía extrañarle que los obispos del mundo no quisieran simplemente limitarse a confirmar las listas orientadoras ofrecidas. Había que estudiar la cosa con calma.

Y era interesante ver qué cardenales reflejaban esta mentalidad. El primero Lienart, setenta y ocho años. Un viejillo de ojos enormemente juveniles, de pelo blanco, pero con la cabeza muy levantada, muy viva. Doctor en Teología y formado en Escritura en el Pontificio Instituto Bíblico, fue nombrado obispo en 1928. Su vida episcopal no ha sido precisamente tranquila. Apenas llegado a su diócesis se encontró un grave problema: los patronos católicos negaban a los obreros el derecho a sindicarse. Y el cardenal no dudó un momento en ponerse al lado de la justicia. Se podía esperar: estalló la guerra de sus "católicos" patronos, que comenzaron a llamarle desde los periódicos "el obispo rojo", a mover intrigas y denuncias a Roma. Pío XI no vaciló: a los dos años de ser obispo y en plena campaña de ataques, le nombró cardenal, para significar con esto su absoluto apoyo. Desde entonces se le ha visto siempre con un juvenil ardor en las tareas más difíciles: obsesionado por la ayuda a las jóvenes Iglesias africanas, luchador contra los campos de trabajo en la Alemania nazi y en la Francia ocupada, defensor de sus sacerdotes cuando éstos ocultaron a los argelinos perseguidos. Un hombre de batalla para la primera batalla conciliar.

También el cardenal Frings es antiguo alumno del Instituto Bíblico, y tiene sólo tres años menos que el cardenal Lienart. En 1942 era ya obispo de Colonia, la ciudad mártir de la guerra. Los habitantes de la ciudad le vieron en las calles todos los días de los bombardeos, y por dos veces tuvieron que rescatarle de entre las ruinas, en las que había entrado para atender a los heridos. Luego le vieron poner toda su alma en la reconstrucción de la ciudad y en la fundación del movimiento "Misereor" para la ayuda a los países subdesarrollados. Físicamente es muy poquita cosa, habla como pidiendo perdón y es la sencillez misma. Los habitantes de Colonia tienen un curiosísimo dato de esta sencillez: vive en una casa de vecinos de una calle cualquiera de Colonia, y en la tablilla del portal, con los timbres de vecindario, como un nombre más, hay uno que dice: "Joseph, K. Frings". Esa discreta K. es la única alusión a su título: "Kardinal".

Estos son los dos hombres que iban a pedir calma en el estudio del problema. Sí, las comisiones tienen demasiada importancia como para que pudieran hacerse con buena voluntad y precipitación. Ellas revisarán las enmiendas propuestas por los Padres, harán los nuevos esquemas de los posibles nuevos temas que se presenten, ellas trabajarán en los meses de descanso del Concilio en la reelaboración o reestudio de los esquemas. Vale la pena de elegir bien a los hombres que vayan a formarlas.

¿Pero no pedía el reglamento que hoy se votase? Los Padres conciliares han querido recordar desde el primer día que el reglamento está al servicio del Concilio y no el Concilio al servicio del reglamento. Otra buena noticia.

¿Y qué valor puede tener la petición del cardenal Frings, recordando que pueden elegirse cardenales para las comisiones? La cosa ha dado que pensar en los ambientes periodísticos. Pero es bien clara: se quiere evitar el excesivo peso de los presidentes en las comisiones. En una reunión de 24 obispos con un cardenal, la opinión de éste puede pesar decisivamente. Pero con varios cardenales en la comisión este peso queda más distribuido. Y parece imprescindible conseguir que este Concilio recoja todas las tendencias que hay en la Iglesia católica y que no se imponga una opinión sobre las demás. En lo necesario, unidad; en lo libre, libertad. Este parece ser el mote inicial con que el Concilio se abre.

"La cosa no podía comenzar mejor" me ha dicho, a mediodía, un obispo holandés. Yo también lo creo así. Hay retrasos esperanzadores, y siempre es mejor la calma que los nervios. La Iglesia ha tardado cien años en convocar un Concilio. No va a morderse ahora las uñas por un retraso de cuatro días.


TODOS SENTADOS EN CIRCULO

Está visto que vivimos días macizos y que no hay jornada sin tres o cuatro noticias impresionantes. La de la tarde ha sido la audiencia del Papa a los observadores. Y Juan XXIII ha escrito con ellos una nueva página del Evangelio. Ha empezado por querer recibirlos a todos sentados, y sentados en círculo. Delante del trono papal han puesto una simple butaca sobre una tarima de muy pocos centímetros para el Santo Padre, y, después, en un círculo de butacas, los observadores y los miembros del Secretariado para la Unión de las Iglesias.

Las palabras del Papa han sido de una ternura inconmensurable. Refiriéndose a la jornada de anteayer, en la apertura. Os tengo que confesar -dijo- que estaba muy emocionado. En aquella hora providencial e histórica yo estaba particularmente atento a lo que consideraba mi deber en aquel momento: el recogerme en oración y dar gracias al Señor. Pero mi mirada se escapaba de vez en cuando sobre mis hijos y hermanos y, cuando se posó sobre vuestro grupo, sobre cada una de vuestras personas, yo encontré en vuestra presencia un motivo de consuelo. Que el Señor quiera acompañar todos vuestros pasos con su Gracia -prosiguió el Papa-. Vuestra querida presencia aquí y la emoción que oprime mi corazón de sacerdote, la emoción de mis colaboradores y la vuestra también, estoy seguro, me invitan a confiaros el deseo de mi corazón que arde en ansias de trabajar y sufrir para que se acerque la hora en que sea realidad para todos la oración de Jesús en la última cena. Pero la virtud cristiana de la Paciencia debe conjugarse con la de la Prudencia, que también es fundamental.

Pero quizá el momento más limpio de la ceremonia fue en el momento en que Juan XXIII -quizá por instinto- comenzó a bendecir a todos los presentes. Pero, apenas levantada la mano, una duda le asaltó. Y se quedó allí, con ella en alto, preso del temor de que esta bendición pudiera molestar a alguno de los asistentes. Ellos dijeron que sí con la cabeza y, entonces, ya sonriente, Juan XXIII les bendijo. Algunos se arrodillaron para recibir esta bendición, todos se inclinaron al menos.

A la salida de la audiencia los periodistas hemos rodeado a los observadores. Ellos se han resistido un poco a darnos impresiones, pero, al fin, casi todos nos han resumido su emoción en una frase:
-La audiencia indica la difusión de la buena voluntad entre protestantes y católicos y dará una enorme contribución a la paz mundial, dijo el doctor Jackson, Pastor baptista de Chicago.
-Ha sido un encuentro magnífico. ¿Qué efecto podrá tener sobre la unión de los cristianos? Eso es cosa que vendrá a su tiempo, comentó el abad Selassie, de la Iglesia ortodoxa de Etiopía.

El obispo anglicano John Moornam, afirmó: El Papa me ha dado la impresión de una gran calma de una gran sabiduría pastoral. Es un honor ser recibido de una manera tan cordial, tan fraterna. Hemos tenido la impresión de ser una familia, aunque reunida por poco tiempo.

El abad Schutz, de la comunidad de Taizé, declaró: El Papa es un hombre de Dios, que conquista el alma con su simplicidad. Es un hombre de oración. Un obispo siempre dispuesto al sacrificio y lleno de auténtica inspiración. Me siento lleno de esperanzas por la unidad.

Los observadores del Patriarcado de Moscú, dijeron: El Papa ha confirmado la buena impresión que ya traíamos de él y la ha profundizado. Su bendición ha sido verdaderamente episcopal.

En esta noche parece que todo es infinitamente más claro. Con la decisión de la mañana la Iglesia católica ha resultado mucho más católica. Con la reunión de la tarde los hermanos separados parecen mucho más hermanos y mucho menos separados.

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