Noticia confirmada. ¿Cómo no confesar que anoche he pasado mi miedo a que todo fuese uno
de tantos bulos que corren? Complicada profesión esta de periodista, en la que puedes fallar
por hablar y puedes fallar por callarte. Pero hoy la cosa ya está clara y uno puede estar
sereno. Efectivamente, monseñor Willebrands ha pasado varios días en un monasterio próximo
a Moscú en conversaciones con monseñor Nicodeme, arzobispo de Yaroslav, el segundo de a bordo del
Patriarca Alexis.
¿Qué valor, qué sentido tienen estos diálogos? Estos meses han sido apasionantes de
noticias sobre nuestros hermanos separados. Casi a diario sabíamos de estos o aquellos
contactos entre Roma y tal o cual Iglesia protestante o tal o cual Patriarcado ortodoxo.
Pero últimamente nos invadía una tristeza: mientras se iban clarificando las relaciones con
los protestantes se debilitaban las esperanzas de contacto con los ortodoxos, y quienes
inicialmente se prestaron más al diálogo -especialmente el Patriarcado de Constantinopla-
iban siendo sobrepasados por los protestantes.
La postura del Patriarcado de Moscú era decisiva en esto. Las diversas intervenciones del
Patriarca Alexis parecían apuntar que no había nada que hacer. El "Non possumus" publicado
en la revista del Patriarcado moscovita en mayo del 61 parecía cancelar toda esperanza de
envío de observadores al Concilio. Y su decisión era tanto más lamentable cuanto que su
ausencia impediría también la presencia de los enviados de los Patriarcas de Constantinopla
y Atenas, según el acuerdo tomado en Rodas por los tres Patriarcados de obrar unánimemente
ante el Concilio.
En diciembre de 1961 la cuestión vivía un nuevo giro, Monseñor Nicodeme en unas
declaraciones al periódico Le Monde afirmaba que aquel artículo, aunque publicado
en la revista del Patriarcado, reflejaba la opinión de la revista, pero no la del Patriarcado
y que por lo tanto nadie podría apoyarse en este artículo para afirmar que no asistirá ningún
observador ruso al Concilio Ecuménico. Esta cuestión se planteará cuando hayamos recibido
una invitación. Mientras tanto no debemos anticipar nada.
El Secretariado por la Unión de las Iglesias debió respirar al oír estas palabras. ¿Había
entonces una esperanza? Hasta entonces el Secretariado había seguido una inteligente táctica:
no enviar una invitación oficial más que a aquellas Iglesias que prudentemente se podía
esperar que la aceptarían. Recordaban sin duda la triste historia del Vaticano I, cuando Pío IX
envió sus invitaciones a todos los separados y el Patriarca de Constantinopla la devolvió sin
abrir... porque ya conocía su contenido por la Prensa.
Ahora se harían mejor las cosas. Se harían las invitaciones a quienes demostrasen el deseo
de ser invitados. ¿Y cómo no ver este deseo en las palabras de monseñor Nicodeme?
Debo confesar que he tenido miedo a que faltase en Roma el coraje para mandar esta
invitación a Moscú. Recuerdo aún las fáciles excomuniones de tantos clérigos cuando el
Presidente Gronchi fue a la capital rusa. Y ahora..., ahora se trataba del envío de un
emisario oficial de la Santa Sede al corazón de Rusia. Es claro que este emisario no iba a
tratar con Kruschev, sino con el Patriarca Alexis. Pero son tantos los cristianos que
baratamente identifican al Patriarca ortodoxo con los gerifaltes rusos... ¿Habría este coraje?
Sí, he tenido miedo a que no lo tuviéramos, a que los prejuicios pudieran más que la caridad.
¿Y qué hubiera pensado en otro caso la Historia? Hoy la invitación será aceptada o no será
aceptada, Moscú enviará o no enviará observadores. Pero nunca nadie podrá decir que fue por
culpa de Roma.
Sí, ya sé que Roma tiene muchos motivos de dolor y de resentimiento para con el Patriarca
de Moscú, que no parece haber entendido muchas decisiones católicas, que incluso ha dicho
cosas dolorosas para el Romano Pontífice. ¿Pero no sabría Roma saltar por encima de todo esto?
Hoy veo con alegría que ha habido coraje, que Roma ha sabido sacrificar un pretendido
orgullo por... una lejanísima esperanza. Puede que vengan, puede que no vengan. Si vienen,
puede que vengan con verdadero espíritu de amor, puede que vengan con afanes fiscalizadores.
Después de venir puede producirse un acercamiento o puede no producirse. Sí, es un levísimo
hilo de esperanza el que va a construirse con esta posible venida. ¿Pero qué cuentan el
prestigio, la dignidad herida frente a este hilo de esperanza por muy leve que sea?
Y aunque no hubiera un céntimo de esperanza, ¿es que no contará nada este gesto de amor
de Roma tendiendo la mano a todos, sin excepción?
Ahora, ¿sabrá el Patriarca de Moscú entender esta mano tendida? ¿Aceptará la invitación?
¿Y, si la acepta, arrastrará su gesto a las demás Iglesias ortodoxas? Si fuese así tendríamos
en Roma observadores de, prácticamente, todos los hermanos separados. Se habría dado el
primer paso decisivo para la unión: conocerse. ¡Quiéralo el cielo!
Escrita esta página de mi diario he bajado a la plaza de San Pedro y me he encontrado
con varios amigos periodistas. Estaban comentando la visita de monseñor Willebrands a Moscú.
¿Y no resulta que estaban escandalizados de ella? No logro comprenderlo por más esfuerzos
que hago. L. me decía que era como para perder la fe, que esto era tanto como quitar la
razón a todos los mártires, tanto como decir que Myndzenti fue un equivocado, y no sé ni
cuantas cosas más. Para L., por lo visto, amar a todos es claudicar, dialogar es entregarse
al enemigo. Para él Stalin y el patriarca de Moscú son la misma persona, y la ortodoxia es igual
que el ateísmo comunista, los creyentes en Cristo de Moscú son hermanos gemelos de los enemigos
de Cristo de Moscú.
Hemos discutido, pero me he dado cuenta al final de que era inútil, de que, con discutir,
lo único que lográbamos era acalorarnos. Y he sentido una gran preocupación: si el Concilio
es el abrazo que todos esperamos que sea, ¿qué crisis de fe no espera a quienes piensan como L.?
Si este gesto de amor "es como para perder la fe", ¿qué triste especie de fe es la suya? ¿qué
toneladas de estrechez ha ido acumulando en su alma un anticomunismo mal entendido?
"Es una humillación para Roma el haber ido a Moscú", me decía. Uno no entendía muy bien
por qué Moscú ha de ser "la tierra sin esperanza", "la ciudad del demonio". Pero, ¿cómo
pensar que una humillación -aunque lo fuera- podría detenernos a la hora de entablar un diálogo
con doscientos millones de hermanos?
Hoy hemos visitado los periodistas el Aula Conciliar. Somos ya más de 500 los inscritos
en la Oficina de Prensa del Vaticano y hemos acudido a la basílica bien provistos de blocs y
bolígrafos. El Aula es realmente impresionante y la basílica de San Pedro parece otra
totalmente distinta. Las grandes tribunas, los inmensos cortinajes la decoran como una sala real.
Los expertos nos dan muchas explicaciones. Hay 2.200 sillones, tapizados de verde los de los
obispos y de rojo los de los cardenales. Cada sillón ha costado 3.000 pesetas, y el montaje de
toda el Aula unos 70 millones. Hay en la basílica más de 400 kilómetros de hilo telefónico y
eléctrico. Cada compartimiento de 60 sillones tiene una instalación completa de micrófono,
teléfono y altavoces. Detalles, muchos detalles curiosos.
Hay en la basílica algunos obispos recién llegados. Coincido con un prelado argentino
conocido. Me cuenta que ayer visitó la basílica con otro obispo sudamericano: "¿qué te parecen
estos tapices y estos cortinajes?", me preguntó. Yo le dije: "¿Lindos, no? "No te pregunto eso",
insistió él. "¿Pues?', le dije. "¿No crees que después de este Concilio deberían enrollarlos y
guardarlos para siempre? El Vaticano III se hará ya sin cortinajes, ¿no crees?" Y mi amigo el
obispo sonríe pícaramente contándome esto.
Al fondo del Aula, y bajo el baldaquino, están colocando el trono papal. Nos dicen que se
había proyectado un trono más solemne, bajo un gran dosel rojo, pero que el Papa no lo ha
querido así y ha pedido que le pongan un sencillo trono blanco en el centro, bajo el baldaquino
berniniano, sobre una sencilla tarima. El Papa quiere que todo sea lo más sencillo posible -nos
dicen- y no quiere que su figura destaque excesivamente entre los obispos. Incluso es muy
probable que en la ceremonia de apertura use mitra en lugar de tiara, porque ese día quiere
ser -y es frase del Papa- un obispo entre los obispos. Por la basílica ha corrido una ráfaga
de aire fresco cuando nos cuentan esto.
"Y otra parecida hemos sentido al ver a unas monjitas calasancianas, ayudadas de unas
colegialillas, que terminaban de coser humildemente, monjilmente, unos leves galones dorados
al sencillo trono en que mañana se sentará Juan XXIII. Todos sabíamos de sobra que nuestro
amor, nuestro respeto y nuestra obediencia al Papa no se basarán en la altura ni el lujo del
trono, sino en la hondura del trono que todos tenemos para él dentro de nuestro corazón. Tanto
más hondo cuanto menos solemne y más sencillo sea el suyo en la basílica.
DESCONCIERTO
UN OBISPO ENTRE LOS OBISPOS
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