Un periodista en el Concilio


9 de octubre de 1962


UN HILO DE ESPERANZA

Noticia confirmada. ¿Cómo no confesar que anoche he pasado mi miedo a que todo fuese uno de tantos bulos que corren? Complicada profesión esta de periodista, en la que puedes fallar por hablar y puedes fallar por callarte. Pero hoy la cosa ya está clara y uno puede estar sereno. Efectivamente, monseñor Willebrands ha pasado varios días en un monasterio próximo a Moscú en conversaciones con monseñor Nicodeme, arzobispo de Yaroslav, el segundo de a bordo del Patriarca Alexis. San Nicolás en Moscú

¿Qué valor, qué sentido tienen estos diálogos? Estos meses han sido apasionantes de noticias sobre nuestros hermanos separados. Casi a diario sabíamos de estos o aquellos contactos entre Roma y tal o cual Iglesia protestante o tal o cual Patriarcado ortodoxo.

Pero últimamente nos invadía una tristeza: mientras se iban clarificando las relaciones con los protestantes se debilitaban las esperanzas de contacto con los ortodoxos, y quienes inicialmente se prestaron más al diálogo -especialmente el Patriarcado de Constantinopla- iban siendo sobrepasados por los protestantes.

La postura del Patriarcado de Moscú era decisiva en esto. Las diversas intervenciones del Patriarca Alexis parecían apuntar que no había nada que hacer. El "Non possumus" publicado en la revista del Patriarcado moscovita en mayo del 61 parecía cancelar toda esperanza de envío de observadores al Concilio. Y su decisión era tanto más lamentable cuanto que su ausencia impediría también la presencia de los enviados de los Patriarcas de Constantinopla y Atenas, según el acuerdo tomado en Rodas por los tres Patriarcados de obrar unánimemente ante el Concilio.

En diciembre de 1961 la cuestión vivía un nuevo giro, Monseñor Nicodeme en unas declaraciones al periódico Le Monde afirmaba que aquel artículo, aunque publicado en la revista del Patriarcado, reflejaba la opinión de la revista, pero no la del Patriarcado y que por lo tanto nadie podría apoyarse en este artículo para afirmar que no asistirá ningún observador ruso al Concilio Ecuménico. Esta cuestión se planteará cuando hayamos recibido una invitación. Mientras tanto no debemos anticipar nada.

El Secretariado por la Unión de las Iglesias debió respirar al oír estas palabras. ¿Había entonces una esperanza? Hasta entonces el Secretariado había seguido una inteligente táctica: no enviar una invitación oficial más que a aquellas Iglesias que prudentemente se podía esperar que la aceptarían. Recordaban sin duda la triste historia del Vaticano I, cuando Pío IX envió sus invitaciones a todos los separados y el Patriarca de Constantinopla la devolvió sin abrir... porque ya conocía su contenido por la Prensa.

Ahora se harían mejor las cosas. Se harían las invitaciones a quienes demostrasen el deseo de ser invitados. ¿Y cómo no ver este deseo en las palabras de monseñor Nicodeme?

Debo confesar que he tenido miedo a que faltase en Roma el coraje para mandar esta invitación a Moscú. Recuerdo aún las fáciles excomuniones de tantos clérigos cuando el Presidente Gronchi fue a la capital rusa. Y ahora..., ahora se trataba del envío de un emisario oficial de la Santa Sede al corazón de Rusia. Es claro que este emisario no iba a tratar con Kruschev, sino con el Patriarca Alexis. Pero son tantos los cristianos que baratamente identifican al Patriarca ortodoxo con los gerifaltes rusos... ¿Habría este coraje?

Sí, he tenido miedo a que no lo tuviéramos, a que los prejuicios pudieran más que la caridad. ¿Y qué hubiera pensado en otro caso la Historia? Hoy la invitación será aceptada o no será aceptada, Moscú enviará o no enviará observadores. Pero nunca nadie podrá decir que fue por culpa de Roma.

Sí, ya sé que Roma tiene muchos motivos de dolor y de resentimiento para con el Patriarca de Moscú, que no parece haber entendido muchas decisiones católicas, que incluso ha dicho cosas dolorosas para el Romano Pontífice. ¿Pero no sabría Roma saltar por encima de todo esto?

Hoy veo con alegría que ha habido coraje, que Roma ha sabido sacrificar un pretendido orgullo por... una lejanísima esperanza. Puede que vengan, puede que no vengan. Si vienen, puede que vengan con verdadero espíritu de amor, puede que vengan con afanes fiscalizadores. Después de venir puede producirse un acercamiento o puede no producirse. Sí, es un levísimo hilo de esperanza el que va a construirse con esta posible venida. ¿Pero qué cuentan el prestigio, la dignidad herida frente a este hilo de esperanza por muy leve que sea?

Y aunque no hubiera un céntimo de esperanza, ¿es que no contará nada este gesto de amor de Roma tendiendo la mano a todos, sin excepción?

Ahora, ¿sabrá el Patriarca de Moscú entender esta mano tendida? ¿Aceptará la invitación? ¿Y, si la acepta, arrastrará su gesto a las demás Iglesias ortodoxas? Si fuese así tendríamos en Roma observadores de, prácticamente, todos los hermanos separados. Se habría dado el primer paso decisivo para la unión: conocerse. ¡Quiéralo el cielo!


DESCONCIERTO iglesia ortodoxa

Escrita esta página de mi diario he bajado a la plaza de San Pedro y me he encontrado con varios amigos periodistas. Estaban comentando la visita de monseñor Willebrands a Moscú. ¿Y no resulta que estaban escandalizados de ella? No logro comprenderlo por más esfuerzos que hago. L. me decía que era como para perder la fe, que esto era tanto como quitar la razón a todos los mártires, tanto como decir que Myndzenti fue un equivocado, y no sé ni cuantas cosas más. Para L., por lo visto, amar a todos es claudicar, dialogar es entregarse al enemigo. Para él Stalin y el patriarca de Moscú son la misma persona, y la ortodoxia es igual que el ateísmo comunista, los creyentes en Cristo de Moscú son hermanos gemelos de los enemigos de Cristo de Moscú.

Hemos discutido, pero me he dado cuenta al final de que era inútil, de que, con discutir, lo único que lográbamos era acalorarnos. Y he sentido una gran preocupación: si el Concilio es el abrazo que todos esperamos que sea, ¿qué crisis de fe no espera a quienes piensan como L.? Si este gesto de amor "es como para perder la fe", ¿qué triste especie de fe es la suya? ¿qué toneladas de estrechez ha ido acumulando en su alma un anticomunismo mal entendido?

"Es una humillación para Roma el haber ido a Moscú", me decía. Uno no entendía muy bien por qué Moscú ha de ser "la tierra sin esperanza", "la ciudad del demonio". Pero, ¿cómo pensar que una humillación -aunque lo fuera- podría detenernos a la hora de entablar un diálogo con doscientos millones de hermanos?


UN OBISPO ENTRE LOS OBISPOS sala conciliar

Hoy hemos visitado los periodistas el Aula Conciliar. Somos ya más de 500 los inscritos en la Oficina de Prensa del Vaticano y hemos acudido a la basílica bien provistos de blocs y bolígrafos. El Aula es realmente impresionante y la basílica de San Pedro parece otra totalmente distinta. Las grandes tribunas, los inmensos cortinajes la decoran como una sala real.

Los expertos nos dan muchas explicaciones. Hay 2.200 sillones, tapizados de verde los de los obispos y de rojo los de los cardenales. Cada sillón ha costado 3.000 pesetas, y el montaje de toda el Aula unos 70 millones. Hay en la basílica más de 400 kilómetros de hilo telefónico y eléctrico. Cada compartimiento de 60 sillones tiene una instalación completa de micrófono, teléfono y altavoces. Detalles, muchos detalles curiosos.

Hay en la basílica algunos obispos recién llegados. Coincido con un prelado argentino conocido. Me cuenta que ayer visitó la basílica con otro obispo sudamericano: "¿qué te parecen estos tapices y estos cortinajes?", me preguntó. Yo le dije: "¿Lindos, no? "No te pregunto eso", insistió él. "¿Pues?', le dije. "¿No crees que después de este Concilio deberían enrollarlos y guardarlos para siempre? El Vaticano III se hará ya sin cortinajes, ¿no crees?" Y mi amigo el obispo sonríe pícaramente contándome esto.

Al fondo del Aula, y bajo el baldaquino, están colocando el trono papal. Nos dicen que se había proyectado un trono más solemne, bajo un gran dosel rojo, pero que el Papa no lo ha querido así y ha pedido que le pongan un sencillo trono blanco en el centro, bajo el baldaquino berniniano, sobre una sencilla tarima. El Papa quiere que todo sea lo más sencillo posible -nos dicen- y no quiere que su figura destaque excesivamente entre los obispos. Incluso es muy probable que en la ceremonia de apertura use mitra en lugar de tiara, porque ese día quiere ser -y es frase del Papa- un obispo entre los obispos. Por la basílica ha corrido una ráfaga de aire fresco cuando nos cuentan esto.

"Y otra parecida hemos sentido al ver a unas monjitas calasancianas, ayudadas de unas colegialillas, que terminaban de coser humildemente, monjilmente, unos leves galones dorados al sencillo trono en que mañana se sentará Juan XXIII. Todos sabíamos de sobra que nuestro amor, nuestro respeto y nuestra obediencia al Papa no se basarán en la altura ni el lujo del trono, sino en la hondura del trono que todos tenemos para él dentro de nuestro corazón. Tanto más hondo cuanto menos solemne y más sencillo sea el suyo en la basílica.

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