Un periodista en el Concilio


10 de octubre de 1962


COMIDA DE PERIODISTAS

-Vamos a vivir la etapa periodística más difícil de nuestra carrera.

Cuando Joe dice esto todos estamos convencidos de que no está exagerando. Nos hemos reunido hoy a comer en una vieja "trattoría" a la sombra de uno de los palacios de las Congregaciones, simplemente para hacer planes, para organizarnos.

-Los obispos tendrán obligación de callar. Pero nosotros la tenemos de hablar. Y no cumplimos con nuestro oficio si no hablamos. Como si lo viera: todo el mundo va a soltarnos aquí sermones diciéndonos que seamos prudentes. Y luego, no dándonos noticias nos obligarán a ser imprudentes.

Cristina se acalora diciendo esto. Es una periodista brasileña, casi negra, que cuando habla -y lo hace casi siempre riéndose- enseña una larga fila de dientes blancos.

Hans habla despacio. Desmenuza lo que se ha hecho informativamente en la preparación del Concilio y sus conclusiones son muy oscuras.
-En Alemania nos ha costado Dios y ayuda interesar un poco en el Concilio a las minorías, pero las mayorías se nos han escapado. Aunque luego, viniendo a Italia, casi uno se siente menos insatisfecho: aquí ni las minorías ni las mayorías saben del Concilio más que lo que tiene de folklórico o turístico.

Lo cierto es que todos tenemos ganas de trabajar: los dos sacerdotes periodistas españoles que estamos allí, el jesuita suizo vestido de "clergyman", Jean, el francés, que hasta ahora ha estado misteriosamente silencioso, y Hans, y Cristina, y Joe, el norteamericano.

En la conversación el giro de los temas resulta apasionante. A todos nos posee el mismo temor: el de que la Prensa católica no esté a la altura del Concilio.
-Y parece que muchos aún no se han dado cuenta de que las primeras impresiones del Concilio las tendrá el mundo a través de nosotros. Y que la primera impresión es, las más de las veces, decisiva.

Jean nos cuenta que ha visitado esta mañana la Oficina de Prensa oficial del Concilio:
-Aquello está muy bien montado: mármoles y mármoles. Casi más regio que periodístico. Lo que parece que está bien son las instalaciones de telex y teléfonos.
-Esperemos que las noticias estén a la altura de los mármoles y las máquinas.
-Esperémoslo. Porque en no pocos ambientes vaticanos los periodistas somos unos hombres de los que hay que huir, más que unos hombres a los que hay que ayudar.

Luego el tema gira hacia los problemas del concilio. Hans piensa que el Concilio no va a ser tan sencillo como muchos esperan.
-Los obispos alemanes vienen decididos a plantear los problemas de la Curia romana: la internacionalización, la descentralización, el mayor poder de las comisiones episcopales. En un mundo como el nuestro ya no hay razón para que Italia controle la mayoría del gobierno de la Iglesia. Y tanto más cuando que religiosa y teológicamente Italia no es hoy precisamente un modelo.

Tampoco Jean, el francés, es muy amigo del mundo de la Curia.
-¿Habéis leído -nos pregunta- El abogado del diablo? Ahí se explican muchas cosas. No se puede gobernar a una Iglesia desde una mesa llena de papeles y lejos del contacto pastoral de las almas. Una Iglesia regida por juristas podría terminar olvidándose de que es una organización de caridad y de Gracia, y poniendo el Derecho Canónico por encima de los sacramentos.

No tiene pelos en la lengua Jean. Nosotros le rebajamos un poco el tono porque sentimos la alegría de este aire de Roma en el que todos los hombres de todos los pueblos aportan sus ideas.

-¿Sabéis -nos cuenta Joe- que el Financial Times, en su lista de las empresas mejor organizadas del mundo, coloca al Concilio a la altura de la General Motors?

Nos reímos. Pero Fritz, el suizo, no parece estar demasiado de acuerdo.
-La perfección o imperfección de una preparación no se ve hasta que la cosa está ya en marcha, rodando. El tiempo nos dirá si la preparación fue buena o menos. Yo he ojeado el reglamento y parece calcado sobre el del Vaticano I. Mucho me temo que tendrán que modificarlo mil veces sobre la marcha.

Y cada loco, con su tema: Hans vuelve contra el "italianismo" de las comisiones preparatorias:
-¿Por qué razón siendo los italianos el 8,99 por 100 de los católicos del mundo, tenían 382 miembros entre los 876 de las comisiones?

Le explicamos que la preparación ha durado tres años y que era lógico que la hicieran quienes estaban más próximos al centro.
-Sí -dice Cristina-; pero eso no puede evitar el que se haya preparado todo según las visiones particulares de los miembros de esas comisiones. Los hispanoamericanos somos el 35,56 por 100 de los católicos del mundo, cuatro veces más que los italianos, y sólo teníamos 52 miembros en las comisiones, menos de un 6 por 100. ¿Quién podrá entender nuestros problemas mejor que nosotros mismos?
-Para eso tenéis el Concilio -le decimos-. Ahora tenéis más de seiscientos obispos representándoos.
-Gracias a Dios -dice Cristina-, y veréis lo interesantes que van a ser.

Todos coincidimos en esto: quizá la gran sorpresa del Vaticano II sean los nuevos pueblos: Hispanoamérica, Africa, Asia. Esta vez no serán como en el Vaticano I, en el que a los obispos misioneros se les llamaba "los pequeños obispos" e incluso llegó a dudarse si tendrían derecho a voto igual que los "cultos" europeos.

Siguen girando los temas. Alguien cuenta los primeros "chistes conciliares", porque también el Concilio va a dar su materia a los humoristas.
-Resulta -cuenta Jean- que Fanfani fue a ver al Papa. Y le dijo: Santo Padre, sabemos que casi todos los Concilios han cambiado o añadido alguna palabra en el Credo. Y venimos a proponeros que en lugar de decir "qui sedes ad dexteram Patris" ("que te sientas a la derecha del Padre"), se diga "qui sedes a sinistram Patris" ("que te sientas a la izquierda") porque ahora es la izquierda el lugar de los buenos.
Entonces el Papa le respondió a Fanfani que lo sentía, pero que ya tenían adoptado el cambio que iban a hacer. Iban a decir que el Espíritu Santo "locutus est latine per prophetas" ("que habló "en latín" por medio de los profetas").

Nos reímos de la tontería. Llega un chaval con un acordeón tocándonos "Arrivederci, Roma". Ve pronto que de Roma sabemos casi tanto como él, y se va en busca de turistas más pródigos.

Y sigue girando la charla. Alguien comenta el titular de L'Osservatore Romano, que llamaba ayer al Concilio "El Parlamento de Dios". Otro cuenta que ayer llegó el cardenal Cushing a inscribirse y que varios obispos africanos trataron de abrirle paso para que no hiciera cola. "No, no; yo soy un obispo como los demás." Y esperó a que le llegara su turno. Alguien comenta:
-Las que serán apasionantes serán las elecciones de las comisiones el sábado.
-¿Vosotros creéis que habrá tiempo para preparar las candidaturas? ¡Si los obispos no se conocen los unos a los otros! ¿qué sabe un obispo inglés de los brasileños o de los indonesios? Y acertar en la elección de las comisiones es muy importante.

Luego la charla cae sobre el tema del día. Parece que el Patriarca de Moscú va a enviar dos observadores al Concilio. La noticia no se ha confirmado aún, pero en el Secretariado para la Unión esperan la confirmación de un momento a otro.
-Esto a quien crearía un grave problema es a los Patriarcas de Constantinopla y de Atenas.
-No; si viene uno, es muy probable que vengan los otros detrás.
-¡Quién sabe! No creo que les guste ahora seguir a Moscú, cuando fue Moscú quien les frenó en Rodas, precisamente cuando ellos eran partidarios de aceptar.
-Esperemos que todo vaya bien.
-¡Vaya día que nos espera mañana!

Sí, un día difícil y apasionante nos espera a todos. Nunca agradeceremos lo bastante el haber podido llegar y estar en él.


LA IGLESIA LIBRE Cardenal Montini

No he podido materialmente entrar en la conferencia que el cardenal Montini ha pronunciado en el Capitolio. Pocas veces he visto tantos coches a la puerta de un edificio, ni tanto público luchando por oír una conferencia. Dieciséis cardenales y varias docenas de obispos, diplomáticos, embajadores, ministros formaban una corte multicolor que yo apenas podía vislumbrar desde la puerta, entre un mar de cabezas. Afortunadamente, habían puesto altavoces fuera y hemos podido oír bien.

Apasionante. El cardenal de Milán, con ese modo suyo de hablar casi magnético, que te embarca en su palabra sin que uno pueda resistirlo, ha afrontado el tema de las relaciones entre la Iglesia y el Estado a la luz de la comparación de la situación de Roma en los dos Concilios: el Vaticano I y este que mañana abrirá sus puertas. En aquél Roma era aún Estado Pontificio y toda Italia se levantaba contra el Papa, no como Papa, sino como soberano que impedía la unidad de Italia. El fin de este Concilio señaló el hundimiento de los Estados Pontificios; el Papa fue "privado, o, mejor, aliviado", dijo el cardenal, de su poder temporal.

Muchos, entonces, temieron que el Papado caería "al caer el escabel terreno en que desde hace siglos apoyaba sus pies", pero "la Providencia -ahora lo vemos bien- había dispuesto de otro modo las cosas, jugando casi dramáticamente con los acontecimientos", y así "el Papado pareció recoger con inusitado vigor su función de maestro de vida y de testigo del Evangelio, hasta subir a tal altura en el gobierno espiritual de la Iglesia y en su influjo moral en el mundo, como jamás lo había conocido". Garibaldi

Impresionó todo esto: la elegancia con la que un cardenal de la Iglesia supo hablar del "risorgimento" italiano y de sus hombres, sin amarguras, sin resentimiento, elogiándolos casi, no por la brutalidad con que robaron a la Iglesia sus Estados, sino porque a través de ello se hizo una obra de clarificación y el puesto del Papado quedó más claro y más limpio en la Historia.

Porque esta aparente pérdida no era tal pérdida, sino una reconquista de lo que inicialmente en Roma hicieron los apóstoles Pedro y Pablo: "Los dos humildes apóstoles, símbolo Pedro de la unidad de la Iglesia, y símbolo Pablo de su universalidad, fundaron en la ciudad pagana la ciudad cristiana y pusieron, ya desde su llegada a la ciudad de los césares, el principio de la doble potestad del Estado y la Iglesia, el principio que pide al mismo tiempo la armonía entre los dos poderes y su recíproca libertad, la liberación del Estado de las funciones sacerdotales, que no son suyas, y la liberación de la Iglesia de las funciones temporales, que tampoco son suyas".

La conferencia ha impresionado a todos, y a mí me ha recordado aquella otra, más sólida aún por menos de circunstancias, que el mismo Montini pronunció el 27 de abril de este mismo año. Los periódicos la recogen entera y dedican sus editoriales a comentarla. Y el Giornale d'Italia de esta tarde llega a decir que este discurso quedará como uno de los documentos más significativos en la historia de los relaciones entre la Iglesia y el Estado".


NOCHE DE VISPERA Roma de noche

Cae la noche sobre Roma en la víspera del más hermoso día del siglo. Todo en la ciudad tiene un tono distinto. En los autobuses, un simple sacerdote se sostiene en la barra de sostén. Y hay en su mano el brillo de una amatista. Por la pechera de su dulleta sobresale la punta de un pectoral dorado. Pero él va allí, entre los apretujones de los pasajeros, uno más.

Las calles hierven de circulación. Hoy he tardado tres cuartos de hora en recorrer en autobús un trayecto que a pie me hubiera costado unos veinte minutos. Llueve. Los tubos de neón brillan en el asfalto húmedo. Las gentes marchan apresuradas.

Pero, por encima de todo, la gran noticia: dos mil quinientos obispos, dos jefes de Gobierno, siete ministros. ochenta y cinco misiones extraordinarias, mil periodistas, varias docenas de millares de fieles, quinientos millones a través de la televisión y la radio, oirán sonar una hora decisiva para la Iglesia: la hora de la primavera. Todos podrán ver a esta vieja Iglesia obstinada en ser joven, decidida a amar sobre todas las cosas, en las manos de Dios, delante del mundo.

Llueve sobre Roma. Yo soy feliz. Busco las fórmulas con que bendecir a Dios por esta alegría de poder ver ahora desde mi ventana la cúpula que mpñana abrazará a la Iglesia. No, no hay fórmulas. Soy feliz. Y siento la infinita humildad de ser cristiano, la vergüenza de no haber merecido lo que nos ha sido dado: esta vocación de abrazo, esta llamada a llevar a todos los confines, a lo largo de los siglos, la caliente semilla de Jesús.

Arranco a mi calendario la última hoja de la víspera. Once de octubre, otra fecha decisiva para mi pequeña historia. ¿Cuántos en España estarán sintiendo esta nerviosa alegría que yo siento ahora? ¿Pocos quizá? No importa. Mañana sembraremos el grano. Y cuando un grano se siembra, algo nace. Y si ese grano es el amor y la esperanza...

Sigue lloviendo.

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